En Colombia, al igual que en el resto del mundo, la pandemia de la COVID-19 desnudó el aumento de la problemática de salud mental y una atención insuficiente e inadecuada; la misma emergencia sanitaria y la pospandemia contribuyeron a aumentar exponencialmente el número de personas con afectaciones en su salud mental.
La salud mental es un estado de bienestar mental; es parte fundamental e intrínseca de la salud, un derecho humano fundamental y un elemento esencial para el desarrollo personal, comunitario y socioeconómico. Por ello las afectaciones a la salud mental constituyen hoy en día uno de los más grandes problemas de salud pública, que demanda intervenciones efectivas para alcanzar beneficios reales en todos los ámbitos.
“Transformar la salud mental para todos en todas partes”, como propuso la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el 2022, junto con la acción climática conjunta para recuperar el planeta, constituyen los desafíos más grandes para la humanidad a finales del primer cuarto del siglo XXI, pues de ellos dependen la supervivencia como especie y el logro del bienestar mental necesario para construir un mejor futuro.
En el 2019, una de cada ocho personas en el mundo (unos 970 millones) padecía un trastorno mental, el 82% de ellas en países de ingresos bajos y medianos. Los más comunes son la ansiedad y los trastornos depresivos, que en el 2020 aumentaron considerablemente por causa de la pandemia: las estimaciones iniciales muestran un aumento del 26% y el 28%, respectivamente, en solo un año. La OMS prevé que en el 2030 la salud mental sea la primera causa de enfermedad en el mundo y ya en el 2020 denunció que los países solamente destinan el 2% en promedio de sus presupuestos sanitarios a atenderla, un porcentaje insuficiente.
En el 2022 la OMS en su nota descriptiva “Salud mental: fortalecer nuestra respuesta”, definió la salud mental como “un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente, y contribuir a la mejora de su comunidad. Es parte fundamental de la salud y el bienestar que sustenta nuestras capacidades individuales y colectivas para tomar decisiones, establecer relaciones y dar forma al mundo en el que vivimos. La salud mental es, además, un derecho humano fundamental. Y un elemento esencial para el desarrollo personal, comunitario y socioeconómico. La salud mental es más que la mera ausencia de trastornos mentales. Se da en un proceso complejo, que cada persona experimenta de una manera diferente, con diversos grados de dificultad y angustia, y resultados sociales y clínicos que pueden ser muy diferentes” (OMS, 2022).
En su Informe mundial sobre la salud mental: transformar la salud mental para todos, publicado también en el 2022, la OMS presentó este mismo concepto simplificado: “Salud mental. Estado de bienestar mental que permite a las personas afrontar las tensiones de la vida, desarrollar todo su potencial, aprender y trabajar de forma productiva y fructífera, y contribuir a su comunidad. La salud mental es un componente integral de la salud y el bienestar, y es más que la ausencia de trastorno mental”.
En Colombia la Ley 1616 del 2013 define la salud mental como “un estado dinámico que se expresa en la vida cotidiana a través del comportamiento y la interacción de manera tal que permite a los sujetos individuales y colectivos desplegar sus recursos emocionales, cognitivos y mentales para transitar por la vida cotidiana, para trabajar, para establecer relaciones significativas y para contribuir a la comunidad”. Según el Grupo de Gestión Integrada para la Salud Mental (2014), en esta definición es importante tener en cuenta que
La pregunta sobre las causas de los trastornos mentales se aborda desde diferentes perspectivas de las ciencias sociales y biomédicas como la antropología, la sociología, la filosofía y las neurociencias. En los años sesenta en Francia y Estados Unidos surge el debate entre diversas disciplinas para problematizar la enfermedad mental desde una perspectiva holística y multidimensional. Los debates integran posturas neurobiológicas que describen enfermedades como la esquizofrenia o las demencias a partir de la comprensión de la estructura y función cerebral a nivel genético, molecular y macroscópico, y la interacción del sistema nervioso con otros sistemas orgánicos. Y, por otro lado, las perspectivas sociales críticas que emergen de la filosofía, la antropología y la sociología describen los trastornos mentales como un producto de las categorizaciones de la psiquiatría moderna; desde estas perspectivas, la regulación y el control de la sociedad contemporánea evidenciada en instituciones como la escuela, la cárcel y centros de trabajo, orientan la conceptualización de la enfermedad mental como la conocemos actualmente. De esta manera, quienes no cumplen los estándares de desempeño personal, familiar o institucional que se esperan y aceptan convencionalmente en diferentes momentos del ciclo vital tienden a clasificarse con etiquetas que tienen una gran carga patologizante, asociadas con diagnósticos, déficits o trastornos (Montero y Liévano, 2022).
Las perspectivas de la salud mental comunitaria o el enfoque de determinantes sociales de la salud mental son dos tradiciones críticas relevantes; sin embargo, su impacto en el campo de la salud mental real, en los modos de entendimiento y acción de los servicios de salud mental, es limitada. Esto mismo sucede en los ámbitos institucionales y formadores dominantes en salud mental. Y si bien se insiste en que el modelo de base es biopsicosocial, en los hechos predomina un modelo médico-biologista, especialmente en la psiquiatría, que restringe las prácticas de atención en salud mental y favorece la ya extendida psicopatologización de la sociedad (Cova, 2021).
Actualmente no existe una manera biológicamente sólida de hacer distinción entre normalidad y anormalidad mental, ni se conocen claramente las causas de los desequilibrios en este campo. Sin embargo, los criterios y pautas diagnósticas de los trastornos mentales señalados por los sistemas de clasificación de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) (el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales en su tercera edición, DSM-III, y sus sucesores DSM-IV en 1994 y DSM-V en el 2013), y de la OMS (un capítulo de la Clasificación Internacional de las Enfermedades (CIE), en sus ediciones CIE-10 en 1992 y CIE-11 en el 2019), se volvieron obligatorios para la conceptualización, la investigación y el diseño de políticas públicas en el ámbito de la salud mental.
La undécima revisión de la CIE-11 indica que un trastorno mental es “un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa en la cognición, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo que refleja una disfunción en los procesos psicológicos, biológicos o de desarrollo que subyacen al funcionamiento mental y comportamental. Estos trastornos generalmente se asocian con malestar psicológico o deficiencia en áreas personales, familiares, sociales, educativas, ocupacionales u otras áreas importantes de funcionamiento”.
Para Rodrigo Córdoba, profesor de la Universidad del Rosario y miembro del Board de la Asociación Mundial de Psiquiatría, “la salud mental es de todos, es de los ciudadanos, porque salud mental es la capacidad de gestionar las emociones, es decir, de enfrentar los retos de la vida cotidiana, de la vida ordinaria. Esto no solo tiene que ver con los fenómenos emocionales sino con la transectorialidad de este proceso, como es la vivienda, la seguridad, la movilidad, el cambio climático, tiene una visión mucho más amplia e incluye a todos”.
Considerando que las definiciones de salud mental y de trastorno mental a veces se amalgaman o se confunden, generando confusión en la comunidad, Córdoba aclara: “otra cosa son los trastornos mentales, caracterizados por un cambio en el funcionamiento previo, es decir, estoy siendo de una manera y empiezo a ser de otra, una presencia de síntomas durante una unidad de tiempo; por ejemplo, estoy con un ánimo distinto y me empiezo a poner triste. Voy a tomar el ejemplo de la depresión: tristeza, pérdida del gusto por las cosas de la vida, comer mal, dormir mal, sentirme cansado, perder la iniciativa, además de empezar a pensar de manera pesimista y recurrente, todo esto impacta sobre mi funcionamiento. Eso ya sería un trastorno, una enfermedad o un desorden como dicen los norteamericanos”.
Por su parte, los problemas de salud mental son referidos como un “término amplio que abarca las personas con trastornos mentales y discapacidad psicosocial. También engloba otros estados mentales asociados con malestar psicológico significativo, discapacidad funcional o riesgo de comportamiento autolesivo” (OMS, 2022).
Un problema de salud mental también afecta la forma en que una persona piensa, se siente, se comporta y se relaciona con los demás, pero de manera menos severa que un trastorno mental. Los problemas mentales son más comunes y menos persistentes en el tiempo. En algún momento de la vida se experimentan sentimientos de tristeza, ansiedad, insomnio u otros síntomas que generen malestar o inconvenientes, pero que no llegan a provocar un deterioro significativo en la vida social, laboral u otras áreas importantes de la cotidianidad.
Por otro lado, la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad explica que una discapacidad psicosocial es “la que surge cuando alguien con una deficiencia mental a largo plazo interactúa con diversas barreras que pueden impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás”. Algunos ejemplos de este tipo de barreras son la discriminación, la estigmatización y la exclusión.
También es importante identificar los eventos en salud mental, que se refieren a “desenlaces o ‘emergencias’ que surgen, bien como derivados de un problema o trastorno mental, como en el caso del suicidio, la discapacidad, el comportamiento desadaptativo, o bien ni siquiera derivados de una condición de salud mental sino de hechos vitales como la exposición a la violencia” (McDouall, 2014).
Considerando los conceptos previos, cabe afirmar que cualquier persona puede presentar un trastorno, un problema o un evento de salud mental en algún momento de su vida; esto dependerá de la forma como interactúen sus particularidades genéticas, congénitas, biológicas, psicológicas, familiares, sociales y los acontecimientos de su historia de vida.
De acuerdo con el Atlas de recursos de salud mental en el mundo 2001 de la OMS, la primera de esta serie que constituye la fuente más completa y ampliamente utilizada de información sobre la situación de la salud mental en el ámbito mundial, se indicó que los trastornos mentales más comunes en el mundo son la depresión unipolar, el trastorno bipolar, la esquizofrenia, la epilepsia, el consumo problemático de alcohol y otras sustancias psicoactivas, el Alzheimer, las demencias, los trastornos por estrés postraumático, el trastorno obsesivo compulsivo, el trastorno de pánico y el insomnio primario.
Con suficiente evidencia, se ha demostrado que los trastornos mentales son la principal causa de discapacidad y son responsables de 1 de cada 6 años vividos con discapacidad; que las personas con trastornos mentales graves mueren en promedio 10 a 20 años antes que la población general, la mayoría de las veces por enfermedades físicas prevenibles; que el abuso sexual en la infancia y el acoso por intimidación son importantes causas de depresión, y que las desigualdades sociales y económicas, las emergencias de salud pública, las guerras y las crisis climáticas constituyen amenazas estructurales para la salud mental en el mundo.
Los costos directos del tratamiento de problemas de salud mental implican costos indirectos asociados con reducción de productividad económica, mayores tasas de desempleo y otros efectos. Investigadores del Foro Económico Mundial calcularon que un conjunto amplio de problemas de salud mental le costó a la economía mundial aproximadamente 2,5 billones de dólares en el 2010, entre la pérdida de productividad económica (1,7 billones de dólares) y costos directos de la atención (0,8 billones de dólares). Se proyectó que este costo aumentaría a 6 billones de dólares en el 2030, junto con el aumento de costos sociales; esta cifra es mayor a las previstas para los costos sumados del cáncer, la diabetes y las enfermedades respiratorias crónicas.
Asimismo, se estima que en el mundo cada año se pierden 12.000 millones de días de trabajo debido a la depresión y la ansiedad, a un costo de 1 billón de dólares por año en pérdida de productividad. Esto incluye los días perdidos por ausentismo, presentismo (cuando las personas van a trabajar, pero tienen un rendimiento inferior) y rotación del personal.
En el mundo laboral, debe considerarse que cerca del 60% de la población mundial trabaja. En el 2019 se estimó que el 15% de los adultos en edad de trabajar tenía un trastorno mental. Los sitios de trabajo son generadores de riesgos para la salud mental por sobrecargas de trabajo, inseguridad laboral, discriminación y desigualdad. Por eso los gobiernos, los empleadores y las organizaciones gremiales y sindicales, así como otras partes responsables de la salud y la seguridad de los trabajadores, pueden ayudar a mejorar la salud mental en el trabajo mediante la adopción de medidas encaminadas a prevenir esos riesgos; proteger y promover la salud mental en el trabajo; apoyar a los trabajadores con problemas de salud mental para que participen y prosperen en el trabajo, y crear un entorno propicio al cambio. Si bien el Convenio 155 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre Seguridad y Salud en el Trabajo y la Recomendación 164 proporcionan un marco legal para proteger la salud y la seguridad de los trabajadores. El Atlas de salud mental de la OMS reveló que solo el 35% de los países cuentan con programas nacionales de promoción y prevención de la salud mental en el trabajo.
Con respecto a la población adolescente, en el 2020 vivían en el mundo más de 1200 millones de adolescentes de entre 10 y 19 años, y según estimaciones de Unicef a partir de un estudio de la carga mundial de enfermedades, más del 14% padecía algún trastorno de salud mental. Es decir, 168 millones de niñas, niños y adolescentes (NNA) enfrentan situaciones como depresión, ansiedad, bipolaridad, desórdenes en la alimentación, esquizofrenia, entre otros; uno de cada siete jóvenes entre 10 y 19 años padece algún tipo de trastorno mental y estas afecciones representan el 15% de la carga mundial de morbimortalidad entre adolescentes. Depresión, ansiedad y trastornos del comportamiento se encuentran entre las principales causas de enfermedad y discapacidad en los adolescentes. El suicidio es la tercera causa de defunción en las personas de 15 a 29 años. Y cuando un trastorno de salud mental de un adolescente no se trata, sus consecuencias se extienden a la edad adulta, perjudican su salud física y mental, y limitan sus posibilidades de llevar una vida plena en el futuro
Antes de pandemia, la problemática de salud mental de los colombianos ya mostraba signos de alarma: en las tres primeras versiones de la Encuesta Nacional de Salud Mental (ENSM) en 1993, 1997 y el 2003, se observó un crecimiento en las tasas de ansiedad e intento de suicidio en la población. Y la cuarta Encuesta en el 2015 evidenció que un 11% de la población colombiana entre los 18 a 45 y mayor de 45 años había presentado un trastorno mental alguna vez en la vida. Como indica el psiquiatra Rodrigo Córdoba, se encontró que 1 de cada 10 colombianos ha tenido, tiene o tendrá en algún momento de su existencia una enfermedad mental que incida en su calidad de vida. También se encontró que alrededor del 52,2% de los jóvenes encuestados presentaba entre uno o dos síntomas de ansiedad.
Desde el 2020 se adelantan investigaciones para dimensionar el impacto de la pandemia en la salud mental de los colombianos. Por ejemplo, la encuesta Pulso Social del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) en febrero del 2021, reveló que casi la mitad de las personas encuestadas (el jefe de hogar o su cónyuge) reportó sentir niveles particularmente altos de preocupación o nerviosismo a raíz de la pandemia. Consistente con este hallazgo, el Ministerio de Salud y Protección Social reportó que durante la pandemia aumentaron en un 30% las consultas a las líneas territoriales de asistencia psicológica, en especial por síntomas de depresión y ansiedad, así como por casos de violencia intrafamiliar.
En la encuesta longitudinal RECOVR aplicada en mayo, agosto y noviembre del 2020, se encontró que más del 50% de los hogares encuestados reportaron el deterioro en la salud mental de al menos un adulto del hogar, mientras más del 30% reportó el deterioro en salud mental en NNA. Este deterioro es mayor en función de la vulnerabilidad socioeconómica de los hogares previa a la pandemia, relacionada con una mayor probabilidad de haber perdido el trabajo y experimentado reducciones en el ingreso y en la seguridad alimentaria como consecuencia de la pandemia. En concordancia con la evidencia de otros estudios nacionales e internacionales, estos resultados sugieren que el impacto en la salud mental de la pandemia no se distribuyó de igual forma y que su afectación se concentró en los segmentos más vulnerables de la población.
Cabe anotar que en el 2020 no se pudo hacer la Encuesta Nacional de Salud Mental que se efectúa cada cinco años, por causa de los confinamientos y las medidas de restricción social de la pandemia. Se tiene proyectado realizarla en el 2025, luego de surtir la fase 1 o fase de diseño temático, técnico y estadístico de la encuesta; en la primera semana de diciembre pasado se hizo la prueba piloto y a partir de esa prueba se harán los ajustes del caso para iniciar las fases 2 y 3, que corresponden a la toma de datos o aplicación de la encuesta.
En octubre del 2023, en encuesta realizada por el Ministerio de Salud y Protección Social con el Centro Nacional de Consultoría dentro del proceso de actualización de la Política Nacional de Salud Mental ordenada por el artículo 166 del Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026, se encontró que el 66,3% de los colombianos en algún momento de su vida ha enfrentado algún problema de salud mental. Este porcentaje es significativamente mayor entre las mujeres con un 69,9%, destacándose que en el rango de 18 a 24 años se presenta el indicador más alto con el 75,4%. Estos resultados coinciden con lo evidenciado en estudios epidemiológicos adelantados en el país en esta materia, que revelan la alta carga de enfermedad mental existente, especialmente en la población joven y en las mujeres.
Otros resultados muestran que al 70,9% de la población casi nunca le preguntan sobre su salud mental cuando acude a los servicios de medicina o enfermería, puerta de entrada al sistema de salud y que constituiría el momento ideal para identificar riesgos de salud mental y canalizar a las personas de manera oportuna en caso de ser necesario. Entre quienes han usado los servicios de salud mental en el sistema de salud, un 34,6% califica la atención como Mala o Muy mala, y un 40,6% la considera regular; este resultado muestra que la experiencia de las personas en estos servicios no es buena y deben implementarse estrategias para mejorar los estándares de calidad y la humanización.
El 93,7% de los encuestados considera importante que la salud mental esté incluida en el sistema de salud, lo cual revela que es necesario fortalecer dichos servicios y garantizar la oportunidad y continuidad en la atención que no se ha logrado. Y el 42% de la población considera que consultar al psicólogo o al psiquiatra les ayuda a mejorar como personas.
Seis de cada diez colombianos declaran que su salud mental es Muy buena o Buena, un 10% declara que su salud mental es Mala o Muy mala y el 30% de la población considera que es regular. El 57,1% de la población estima que la salud mental depende de uno mismo, resultado que según análisis de expertos del área de Enfermedades No Trasmisibles del Ministerio de Salud y Protección Social se asocia a la limitada cobertura de las acciones de salud pública desde el sistema de salud, especialmente de educación en salud, que no logran instaurar prácticas de cuidado colectivo; esto indica que el sistema de salud se concentra en la atención a la enfermedad y trabaja poco en promoción y prevención, lo cual facilita la construcción de imaginarios centrados en la responsabilidad absoluta del individuo en su propia salud.
Finalmente, que el 83,4% de la población está a favor de la participación activa de la comunidad ante casos de salud mental, señala que puede haber un ambiente favorable para implementar estrategias de cuidado mental que empoderen a la comunidad para ofrecer apoyo emocional en momentos de crisis.
Debe considerarse que la problemática de salud mental en Colombia es particularmente compleja, pues guarda una estrecha relación con adversidades sociales e históricas en materia de políticas, inequidades y desastres, tanto naturales como a causa de la violencia. A esto se suma que el país no ha avanzado en el abordaje comunitario de la enfermedad mental que se promueve en el mundo, pues el sistema de salud hace énfasis en la atención a la enfermedad y no en la promoción y la prevención.
Al ser consultada sobre los avances en el Modelo de Atención y las Rutas de Atención en Salud Mental bajo el enfoque de Rehabilitación Basada en Comunidad (RBC) y determinantes sociales, la coordinadora del Grupo de Gestión Integrada de la Salud Mental del Ministerio de Salud y Protección Social, Nathalia Rodríguez, señaló: “se cuenta con la priorización para el modelo de Atención Primaria en Salud (APS) de Salud Mental que está basado en indicadores de salud mental y determinantes sociales por municipios; se tiene prelación por aquellos con mayor vulnerabilidad de sus poblaciones y se termina con la priorización de 20 poblaciones en específico. Actualmente se está avanzando en la propuesta del Modelo de Atención y Rutas de Atención en Salud Mental, con el enfoque de Equipos Básicos en Salud”.
Y agregó: “Colombia, al ser un territorio diverso tanto a nivel poblacional como geográfico, requiere que las políticas respondan de manera diferencial a las condiciones de cada territorio. De esta manera, en el caso de la salud mental, la diversidad de brechas provoca problemáticas relacionadas con el acceso a servicios de calidad, recurso humano suficiente y seguimiento a casos. Por este motivo, más las condiciones asociadas a la pandemia por la COVID-19, se hace necesario realizar una actualización de la Política Nacional de Salud Mental con el fin de responder a las condiciones actuales en materia de salud mental y los retos nacionales en cuidado y atención de poblaciones vulnerables. De esta manera, el artículo 166 del Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026 establece el mandato de actualizar la Política Nacional de Salud Mental para todos los colombianos, enfatizando en cada uno de los enfoques de la salud, los determinantes sociales y la creación de una Red Mixta Nacional y Regional en Salud Mental”.
Hoy, en el 2024, con aumento sostenido en los últimos años en la prevalencia de los trastornos mentales más frecuentes, una curva creciente del suicidio en los últimos 11 años, insuficiencia de la capacidad instalada para la demanda de servicios, inadecuada atención, privilegio de la atención institucionalizada y poco avance en atención comunitaria, insuficiencia en la oferta de profesionales de psiquiatría y psicología para la atención, falta de información actualizada e investigaciones, desactualización de la normativa y raquíticos presupuestos estatales, la problemática de la salud mental en Colombia plantea un gran desafío al actual y a los próximos gobiernos, a la institucionalidad pública y privada de todos los sectores socioeconómicos, a la academia, a las instancias de participación social y a los propios individuos en particular, para dar respuestas efectivas, articuladas, costo-eficaces y oportunas a corto, mediano y largo plazo.
De acuerdo con información del Grupo de Gestión Integrada para la Salud Mental del Ministerio de Salud y Protección Social, entre el 2019 y el 2023 se registra en términos generales una curva creciente en los indicadores de prevalencia de los trastornos mentales más frecuentes en Colombia.
En cuanto a los trastornos depresivos, en Colombia en el periodo 2019-2023 se registraron 1.186.547 casos, de los cuales el 72% se presentó en mujeres, quienes tuvieron más del doble del riesgo (IRR = IRR = 2,30; IC95% = 2,23-2,36). Puede observarse el aumento desde el 2022 (figura 1).
En lo referente a los trastornos de ansiedad en el país durante el periodo analizado se presentaron 2.281.871 casos; de estos, las mujeres representaron el 69%, mostrando el doble de riesgo de padecer ansiedad en comparación con los hombres (IRR = 2,02; IC95%: 1,98-2,06). También se observa un crecimiento sostenido desde el 2022 (figura 2).
Para el trastorno afectivo bipolar (TAB), en Colombia desde el 2019 al 2023 se han presentado 525.058 casos, de los cuales el 60% se registraron en mujeres, quienes tuvieron un 30% más de riesgo de sufrir este trastorno en comparación con los hombres (IRR = 1,30; IC95% = 1,27-1,33). Igualmente se observa una curva ascendente desde el 2022 (figura 3).
Con respecto a los trastornos de la conducta alimentaria en el país en el periodo analizado se presentaron 71.861 casos; de ellos, el 63,2% correspondió a mujeres, quienes presentaron un 59% más de riesgo de presentar estos trastornos (IRR = 1,59; IC95% = 1,49-1,69). A diferencia de los demás, en el indicador de este trastorno se observa una ligera tendencia descendente desde el 2021 (figura 4).
En referencia al Alzheimer y otras demencias en el país en el periodo analizado, se presentaron 397.115 casos. De estos, el 64,5% correspondió a mujeres, quienes tienen un 34% más de riesgo de desarrollar estas condiciones en comparación con los hombres (IRR = 1,34; IC95% = 1,30-1,37). En este indicador la tendencia es ascendente desde el 2020 (figura 5).
De acuerdo con datos del Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública (Sivigila), en Colombia en el periodo 2019-2023 se han presentado 151.158 intentos de suicidio; de estos, el 64,4% fueron realizados por mujeres, quienes presentaron un 78% más de riesgo de intentar suicidio que los hombres (IRR = 1,79; IC95% = 1,72-1,84). También se registra una tendencia ascendente desde el 2020 (figura 6).
De acuerdo con datos de Estadísticas Vitales (EEVV) del DANE correspondientes al tipo de defunción no fetal, en Colombia en el periodo analizado se presentaron 16.211 muertes a causa del suicidio “lesiones o envenenamientos autoinfligidos”. El 79,5% de los casos correspondió a hombres, quienes presentan casi el triple de riesgo de morir por esta causa en comparación con las mujeres (IRR = 2,83; IC95% = 2,70-2,96) (figura 7).
Un análisis del Laboratorio de Gobierno de la Universidad de La Sabana (GovLab), con base en datos oficiales de Medicina Legal, concluyó que entre enero y julio del 2024 se registraron 1677 suicidios en Colombia, lo que representa una disminución del 8,66% en comparación con el mismo periodo del 2023, cuando se reportaron 1836 casos.
En el estudio se observó una tendencia a la baja en la cantidad de suicidios reportados mes a mes. Por ejemplo, en mayo del 2023, uno de los meses con más casos, se registraron 298 suicidios, mientras en mayo del 2024 la cifra disminuyó a 239. Asimismo, en junio del 2023 se reportaron 264 casos y en junio del 2024 fueron 230 casos.
El análisis indica que el 78,62% de los casos corresponden a hombres y el 21,38% restante involucra a mujeres. Se evidencia que los hombres tienden a utilizar métodos más letales y definitivos, mientras las mujeres recurren principalmente a sustancias tóxicas.
GovLab señala que entre las principales causas de suicidio se encontraron las enfermedades de salud mental, con 251 casos; las decepciones amorosas, con 111; y los conflictos con pareja o expareja, con 107. Además, se indica que las personas solteras con 787 casos y aquellas en unión libre, con 403, son más propensas a cometer suicidio.
Actualmente, la prevención del suicidio es una prioridad mundial, como se refleja en el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 3, en el que la meta 3.4 promueve la salud mental y el bienestar. Para ayudar a los países a alcanzar esta meta, la OMS preparó el enfoque VIVIR LA VIDA para la prevención del suicidio, en el que se priorizan cuatro intervenciones de reconocida eficacia: limitación del acceso a medios que posibilitan el suicidio, interacción con los medios de comunicación para que informen de forma responsable sobre el suicidio, desarrollo de aptitudes sociales y emocionales para la vida en población adolescente, y la intervención temprana para cualquier persona afectada por comportamientos suicidas.
En el 2018 el Ministerio de Salud y Protección Social planteó la Estrategia Nacional para la Prevención de la Conducta Suicida en Colombia, la cual delimitó siete componentes básicos para la prevención y esbozó los elementos diferenciales que deben considerarse según el momento del curso de vida, el género y la pertenencia étnica. Recogiendo evidencia científica y recomendaciones de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se proyectaba visibilizar la conducta suicida como el peor desenlace en salud mental, acompañando a los actores del sector salud y de otros que intervienen en el goce efectivo de la salud en la ejecución de acciones que impacten los determinantes sociales de la salud de manera integral e integrada, partiendo del enfoque de derechos, la intersectorialidad, la interseccionalidad y la participación comunitaria.
Y también desde el Ministerio de Salud y Protección Social, a mediados de este año, se inició la aplicación de un Plan de choque de la conducta suicida mediante la capacitación a los departamentos para que fortalezcan las estrategias de prevención de la conducta suicida, el cual se continuará desarrollando el próximo año. En Colombia es necesario implementar medidas de prevención del suicidio que aborden factores de riesgo específicos, fortalezcan la educación emocional y la salud mental, y restrinjan el acceso a sustancias tóxicas para reducir la incidencia de suicidios en el ámbito nacional.
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