“Convertir en prevenibles enfermedades temibles”, esta bien podría ser una descripción de ese poder casi mágico de las vacunas. Pero por esas paradojas del destino, mientras en el 2020 el mundo entró en confinamiento para reducir la exposición al contagio de la COVID-19, automáticamente también disminuyó la práctica de vacunación contra enfermedades que en su momento azotaron la humanidad dejando una estela de muerte a su paso y se abrió así la puerta a la entrada de otros nefastos virus que ya se habían controlado mediante la inmunización.
A tres años de esa gran emergencia sanitaria, la humanidad reconoce que se salvaron millones de vidas gracias a las vacunas desarrolladas en tiempo récord y que contribuyeron a evitar la muerte y reducir la fase grave de la enfermedad en el mundo entero. De no ser por esas vacunas, otra fuera la historia que estaríamos contando.
De la misma manera, otra sería la historia si no existieran las vacunas que han sido incorporadas paulatinamente en programas institucionalizados en las últimas décadas por casi todos los países. Por lo menos 154 millones de vidas fueron salvadas por el Programa Ampliado de Inmunización (PAI) desde su puesta en marcha en 1974. Esto significa que, en los últimos 50 años, se salvaron en promedio más de 8000 vidas al día y 6 vidas por minuto, según reveló estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) con motivo del aniversario 50 del PAI.
Pero los beneficios invaluables del PAI van más allá: la OMS concluye que, por cada vida salvada mediante la inmunización, se obtuvo un promedio de 66 años de plena salud, lo cual supone un total de 10.200 millones de años de plena salud ganados en estas cinco décadas. Y como resultado de la vacunación contra la poliomielitis, más de 20 millones de personas pueden caminar hoy, personas que de otro modo habrían quedado paralizadas, y el mundo está a punto de erradicar esta enfermedad de una vez por todas.
En contraposición a estas cifras, apenas se están cuantificando y dimensionando los posibles efectos en aumento de morbilidad y mortalidad en enfermedades inmunoprevenibles por causa del derrumbamiento de coberturas de vacunación en el mundo durante la pandemia, que interrumpió los programas de inmunización sistemática en todo el planeta y dejó a millones de personas sin las vacunas reglamentarias.
Los avances alcanzados en la supervivencia infantil ponen de relieve la importancia de proteger los avances en inmunización en todos los países del mundo y acelerar esfuerzos para llegar a los 67 millones de niños que no recibieron una o más vacunas durante los años de la pandemia, y a los 48 millones que no recibieron ninguna vacuna según datos del informe Estado Mundial de la Infancia 2023 de Unicef.
En el 2022 la OMS y Unicef revelaron que la pandemia de la COVID-19 provocó el mayor retroceso en la vacunación infantil de los últimos 30 años en todo el mundo. El porcentaje de niños que recibieron tres dosis de la vacuna contra difteria, tétanos y tosferina (DTP3) —un marcador de la cobertura de vacunación dentro de los países y entre ellos— disminuyó el 5% entre el 2019 y el 2021, hasta situarse en el 81%. Como resultado, en el 2021 25 millones de niños no recibieron una o más dosis de la DTP en los servicios de vacunación sistemática, y de esos 25 millones, 18 millones de niños no recibieron ni una sola dosis de la DTP en todo el año. Esto pone de manifiesto el creciente número de infantes que corren el riesgo de contraer enfermedades devastadoras que pueden evitarse, cuyas consecuencias se medirán en vidas. Hoy, la salud de la infancia corre un grave peligro.
Colombia no fue ajena a esa tendencia: por ejemplo, según datos del PAI, si bien en el 2019 la cobertura alcanzada para triple viral fue del 94,5% en la población infantil de 1 año —vacuna que protege contra enfermedades como sarampión, rubeola y paperas—, esta cobertura descendió 6 puntos porcentuales en el 2022, posterior a la pandemia, obteniéndose una cobertura del 88,4%.
Por lo anterior, debe procurarse que todos los niños en Colombia reciban el esquema completo de vacunación acorde a su edad, para no tener infantes con dosis cero o subvacunados. Ante un mayor número de niños sin las dosis de vacunas necesarias, se aumenta el riesgo de que contraigan enfermedades inmunoprevenibles y de que reaparezcan algunas que se consideran en fase de eliminación como el sarampión, la rubeola y la polio.
Paralelamente, no se puede bajar la guardia en la lucha contra la COVID-19. Esa enfermedad llegó para quedarse y tenemos que aprender a convivir con ella. Por tal razón, los planes de vacunación contra este virus deben ir de la mano de los planes de vacunación contra enfermedades mortales como sarampión, neumonía y diarrea, alerta la OMS, pues deben cubrirse ambos frentes.
El desafío no es menor; serán necesarios grandes esfuerzos para alcanzar niveles universales de cobertura y prevenir nuevos brotes. De cara a la Agenda de Inmunización 2030, los gobiernos y actores relevantes en las campañas de vacunación deberán enfilar baterías para intensificar los esfuerzos de aplicación de las vacunas que faltan para abordar el retroceso en la inmunización sistemática y desarrollar nuevas campañas con el fin de prevenir nuevos brotes.
También es menester implementar estrategias específicas para fomentar la confianza en las vacunas y la inmunización, combatir la desinformación y aumentar el grado de aceptación de las vacunas, especialmente entre las comunidades vulnerables. Deben destinarse ayudas explícitas orientadas a mejorar y mantener los esquemas de vacunación esenciales.
Es necesario garantizar el compromiso político de los gobiernos nacionales y aumentar la asignación de recursos para fortalecer y mantener la inmunización. Se requiere fortalecer los sistemas de vigilancia de las enfermedades y la información sobre la salud, para proporcionar los datos y el seguimiento necesarios y que los programas tengan el máximo impacto. Asimismo, hay que aprovechar y aumentar la inversión en investigación con el propósito de desarrollar y mejorar vacunas y servicios de inmunización nuevos y existentes, que atiendan las necesidades de la comunidad.
Para enfrentar este desafío, Colombia cuenta con un PAI robusto, estructurado y funcional, que debe mantenerse en la vía de actualización constante de los últimos años. Afortunadamente, todos los gobiernos nacionales han mostrado la suficiente voluntad política y el compromiso necesario con el programa instaurado en el país en 1979.
Además, en sintonía con las tendencias mundiales, Colombia debe alinearse en la disminución de enfermedades inmunoprevenibles en el curso de vida, no solo en la niñez como se hizo años atrás. Este nuevo concepto debe incorporarse en el PAI, de tal manera que se programe la vacunación para cada momento de la vida con biológicos específicos y primordiales para la niñez; para los niños y las niñas de 9 años la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH); para las mujeres en edad fértil entre 10 y 49 años, y para los adultos y los adultos mayores de 60 años. En el transcurso de la vida, siempre hay un momento para una vacuna específica.
Asimismo, el PAI de Colombia no puede bajar la guardia en su vocación de mantenerse actualizado ante el desarrollo de nuevas terapias de inmunización. El PAI es un programa nacional cuya estructura y funcionamiento a lo largo de los años ha demostrado gran solidez y evolución, y se ha modernizado de acuerdo con el comportamiento epidemiológico del país, pasando de 7 vacunas en el 2002 a 21 vacunas en el 2023.
Con asesoría y cooperación por parte de entidades internacionales, de la academia y sociedades científicas nacionales, Colombia debe estar atenta a las necesidades en salud de su población, para que pueda incorporar al PAI las nuevas terapias más costo-efectivas e indicadas.
Del compromiso de todos depende posibilitar que todas las personas en Colombia se beneficien del poder de las vacunas para salvar vidas. Todos tenemos algo que aportar en ese propósito nacional y no podemos ser indiferentes ante ese compromiso con la vida y la salud de los colombianos.
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